sábado, 3 de julio de 2010

Anécdota

Eran las 4 y pico de la mañana de un sábado o domingo. Estábamos en un boliche con unos cuantos amigos. En un momento voy al baño, y me encuentro con uno de ellos en la zona de los lavabos. Un detalle no menor, este amigo de toda la vida, tiene un aire a Luis Miguel, me saca por lo menos dos cabezas y da gay. Cuando me ve, me agarra del hombro afectuosamente y me dice a los cuatro vientos: - Sabés lo que te quiero! y esto me lo dijo sin soltarme. Todos los que estaban lavándose las manos y los que se encontraban meando se dieron vuelta, y me miraron a mí, esperando cual sería mi respuesta, o por lo menos yo percibí eso en sus miradas. Y con mi estado de ebriedad bien latente respondí sin atenuantes: -Yo también te quiero Darío.

Plan óvalo

Por favor, ya está de modé el óvalo de jabón. Es un asco y muy anti higiénico. Obsérvese las grietas que se le hacen con el tiempo, donde se acumula la suciedad.

Desatención al consumidor

Detesto los baños de los boliches. Son incómodos, sucios y tienen mil defectos. El piso siempre está mojado, los cubículos donde están los inodoros, nunca tienen una puerta que se cierre correctamente. Esa puerta, seguramente no llegue al piso, con lo cual, casi que se está a la intemperie. Nunca hay agua. Y si la hay, y te lavás las manos, muchas veces hay un fulano que está ahí sentado esperando propina sólo por decirte con la mirada que ahí en la pared hay toallas de papel. Son un despropósito.

Los desamorados

Están esos gases que suelen encariñarse con uno y nos siguen a todas partes. Pero también y hablando de lo "concreto" están esas veces que uno se levanta del trono, para ver el final de la obra (criticamos a los perros por olerla, pero nosotros no nos quedamos atrás) y no hay nada. Se van solos, no sé como hacen.

No llegás a leer ni el shampoo

Si te sentás y terminás al toque, ¿se puede hablar de precocidad?

lunes, 26 de enero de 2009

Entramos los once (Basado en una historia real)

Nota: Los nombres han sido reemplazados por números para preservar identidades de las personas involucradas y para no desgastar mi esfuerzo encuentranombres, reservado para cuando embarace a Carolina Ardohain –con su consentimiento, desde ya-.

En todo colegio secundario hay un lugar que por consenso está exento de mayor vigilancia. Una zona franca, tierra de nadie, visitado sólo por alumnos que acuden a él para satisfacer todo tipo de necesidades. Preceptores y autoridades tienen su baño propio y limpio, así que es el baño de alumnos un lugar seguro, siempre y cuando las actividades que adentro se desarrollen queden adentro (incluyendo sonido y olores, si conocen a la mina guacha (if iu nou guacha min)).

Ese día el recreo se nos hizo demasiado largo o la imaginación demasiado corta. El asunto es que ahí estábamos, los once varones del curso desparramados en el interior del baño, algunos fumando, otros conversando de fútbol o mujeres, otros peinándose repetidas veces y otros, como yo, sencillamente acompañando, espalda y suela derecha sobre la pared, observando, escuchando, aprendiendo.

Mi mente andaba sin correa pisoteando los pastos prohibidos, preguntándose por qué yo no estaba afuera, haciendo algo más interesante, como por ejemplo elongar.

Y me invadió la idea loca. Por primera vez fui líder. Como Aquaman, seduje con una pregunta a esta manga de pulpos sin tentáculos y pregunté mirando a nadie en particular:
-¿che, cuántos entrarán en uno de estos cuartitos?
Y me metí en el cuartito. Atrás mío se metieron 2 y 3, intentando decodificar mi pregunta, verificando que me refería a aquello que habían escuchado.

Enseguida, por obra de estos fenómenos que la sociología se ha ocupado de clasificar (y porque 2 era el líder habitual de la jauría) llegaron 4, 6, 7, 9, 8, 10 y 11. Estábamos todos menos 5. Éramos 10 adolescentes y un inodoro, un gran nombre para una comedia.

5 era casi autista o más maduro, dependiendo del punto de vista. El tema es que estaba más afuera del grupo que yo. Pero en cuestión de segundos fue ficha en este efecto domino. Y se mandó.
-A ver, dijo, háganme un lugar.
Nos agolpamos como pudimos hasta parecer la fila uno de un recital de Robi o un frasco de aceitunas rellenas de morrones, pero que todavía no lo sabían.

En un arranque de decisión cerramos la puerta. Y ahí nos quedamos, sorprendidos en un primer momento, eufóricos en el segundo. 7, que siempre traía una birome encima, la desenfundó y documentó en la puerta del refugio “ENTRAMOS LOS ONCE”.

Agotada la euforia volvieron la tranquilidad y la conciencia. Inmediatamente, el nerviosismo al ver que ninguno podía moverse ni un centímetro. Como en el subte, habíamos entrado once en un espacio para tres y ahora no había escapatoria.

El claustrofobiámetro comenzó su ascenso. Y nos preocupamos.

EPÍLOGO
Claramente salimos, porque nadie hubiera tenido la paciencia de escribir este texto en la puerta del baño con la birome de 7, que además no servía para escribir mucho en superficies tan lisas.

Hoy 2 es empleado administrativo, 3, homosexual y desocupado, 4 y 6 atienden un videoclub y una panadería respectivamente, 7 está preso, 8 fue papá (porque se murió), a 9 y 10 les perdí el rastro horas después del final de la fiesta de egresados y 11 es jugador de vóley profesional en un club del gran Buenos Aires.

Lo importante es que entramos los once y casi salimos los once.

5 sigue con dificultades motrices –dicen que estuvo clínicamente muerto tres minutos ese día- y sus padres siguen intentando apelar al tribunal que me declaró inocente. Yo a veces voy a visitarlo y me cuido de no usar ropa deportiva. A ver si se deprime.

Lucio.

Rey a tu reino.

Esas voces, eso pasos, el rechinar de una puerta, un comentario laboral, una risa perdida, una canilla que se cierra y hasta el sonido unico de un expendedor de toallas descartables, son capaces de censurar el acto mas intimo de un ser humano. Es el que pensaran, es el que se enteren de lo que estoy haciendo. No puedo soportarlo. Mas alla de que este orgulloso de mi obra, no quiero que nadie se entere. No importa que todo el mundo lo haga, no importa que nadie lo haga con olor a margaritas. Nunca, pero nunca, me voy a sentir rey en un trono compartido. Es como pedirle a Willian Wallace que vaya a pelear para Inglaterra contra los franceses. Una persona solo puede ser rey, si conoce todos los secretos de su reino. Es ahi donde el rey sabe que no va a ser traicionado. Donde todo el reino esta pensado para protegerlo. Y donde si alguien se cree capaz de criticar su accionar, uno puede hacer rodar cabezas. Por eso y por todo lo que implica ser rey es que nunca voy a coronar en el trabajo.

Mk

Este es el aguante.

Era un día de calor allá por mil nueve noventa y muchos. De semi purrete estaba en una cola sin fin para conseguir un codiciado trabajo, creo de telemarketer. El nerviosismo, la ansiedad o el pancho que ingerí un rato antes activaron la terrible sensación. A mitad de camino de la fila y de cumplir el objetivo de llenar al menos una planilla, el síntoma se tornó ingobernable. Cuclillas, pensar en otra cosa y demases en pos que mis ganas irrefrenables de sentarme en el trono se vayan.

Con mucho estoicismo fuí sobrellevando ese malestar. De un momento a otro, me encontré con sólo dos personas delante mío. Estaba cerca, mi esfuerzo iba a tener recompensa. Lo logré. Dejé todo de mí. Todo en el baño de un bar que encontré a la vuelta.

Lcs.