lunes, 26 de enero de 2009

Entramos los once (Basado en una historia real)

Nota: Los nombres han sido reemplazados por números para preservar identidades de las personas involucradas y para no desgastar mi esfuerzo encuentranombres, reservado para cuando embarace a Carolina Ardohain –con su consentimiento, desde ya-.

En todo colegio secundario hay un lugar que por consenso está exento de mayor vigilancia. Una zona franca, tierra de nadie, visitado sólo por alumnos que acuden a él para satisfacer todo tipo de necesidades. Preceptores y autoridades tienen su baño propio y limpio, así que es el baño de alumnos un lugar seguro, siempre y cuando las actividades que adentro se desarrollen queden adentro (incluyendo sonido y olores, si conocen a la mina guacha (if iu nou guacha min)).

Ese día el recreo se nos hizo demasiado largo o la imaginación demasiado corta. El asunto es que ahí estábamos, los once varones del curso desparramados en el interior del baño, algunos fumando, otros conversando de fútbol o mujeres, otros peinándose repetidas veces y otros, como yo, sencillamente acompañando, espalda y suela derecha sobre la pared, observando, escuchando, aprendiendo.

Mi mente andaba sin correa pisoteando los pastos prohibidos, preguntándose por qué yo no estaba afuera, haciendo algo más interesante, como por ejemplo elongar.

Y me invadió la idea loca. Por primera vez fui líder. Como Aquaman, seduje con una pregunta a esta manga de pulpos sin tentáculos y pregunté mirando a nadie en particular:
-¿che, cuántos entrarán en uno de estos cuartitos?
Y me metí en el cuartito. Atrás mío se metieron 2 y 3, intentando decodificar mi pregunta, verificando que me refería a aquello que habían escuchado.

Enseguida, por obra de estos fenómenos que la sociología se ha ocupado de clasificar (y porque 2 era el líder habitual de la jauría) llegaron 4, 6, 7, 9, 8, 10 y 11. Estábamos todos menos 5. Éramos 10 adolescentes y un inodoro, un gran nombre para una comedia.

5 era casi autista o más maduro, dependiendo del punto de vista. El tema es que estaba más afuera del grupo que yo. Pero en cuestión de segundos fue ficha en este efecto domino. Y se mandó.
-A ver, dijo, háganme un lugar.
Nos agolpamos como pudimos hasta parecer la fila uno de un recital de Robi o un frasco de aceitunas rellenas de morrones, pero que todavía no lo sabían.

En un arranque de decisión cerramos la puerta. Y ahí nos quedamos, sorprendidos en un primer momento, eufóricos en el segundo. 7, que siempre traía una birome encima, la desenfundó y documentó en la puerta del refugio “ENTRAMOS LOS ONCE”.

Agotada la euforia volvieron la tranquilidad y la conciencia. Inmediatamente, el nerviosismo al ver que ninguno podía moverse ni un centímetro. Como en el subte, habíamos entrado once en un espacio para tres y ahora no había escapatoria.

El claustrofobiámetro comenzó su ascenso. Y nos preocupamos.

EPÍLOGO
Claramente salimos, porque nadie hubiera tenido la paciencia de escribir este texto en la puerta del baño con la birome de 7, que además no servía para escribir mucho en superficies tan lisas.

Hoy 2 es empleado administrativo, 3, homosexual y desocupado, 4 y 6 atienden un videoclub y una panadería respectivamente, 7 está preso, 8 fue papá (porque se murió), a 9 y 10 les perdí el rastro horas después del final de la fiesta de egresados y 11 es jugador de vóley profesional en un club del gran Buenos Aires.

Lo importante es que entramos los once y casi salimos los once.

5 sigue con dificultades motrices –dicen que estuvo clínicamente muerto tres minutos ese día- y sus padres siguen intentando apelar al tribunal que me declaró inocente. Yo a veces voy a visitarlo y me cuido de no usar ropa deportiva. A ver si se deprime.

Lucio.

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